Landslide

Hace unos días recordé a un viejo amigo con el que coincidí en la calle. Minutos después, vinieron a mi mente sus ojos, cómo han cambiado su apariencia desde los 14 años. Pienso en el dolor que ha tenido que atravesar en su vida. Pienso que aún me tiene como amiga, a pesar que la mayor parte de mi vida está lejos siempre de todo, incluyéndome a mi misma. 

Pienso ahora en mí y cómo he cambiado en ese arco de historia que me concierne. Hay melancolía por la inocencia perdida. ¿Pero qué más puedo pensar sobre ello? Al final, todas esas historias que reúno de mi pasado se sintetizan en aromas, imágenes y sensaciones que se desatan en una especie de sentido del tacto que mi estómago percibe, mi piel, desde adentro. Mi pasado, parece abstracto ya. 

Recordar a los chicos que te gustaban en la secundaria, caminar a solas, disfrutar de la soledad en esos años. Pero a la vez, la sensación de que te sentías desconectada, sin que alguien escuchara de verdad lo que tuvieras que decir. Si es que ello hubiese existido. Al menos, saber que te escuchaban. Cuando te vuelves adulto, esas expectativas te las guardas y las transformas. Aprendes a vivir a través de  esa sed que se transforma en agua que se da de beber a quienes quieres y amas de verdad. En este babel en donde nadie entiende, por definición, como encontrarse a pesar de todas las inexactitudes y divergencias. 



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