Flores inesperadas

Podría poner música a las cosas que aun pienso. Ordenar el mundo en una confluencia bella e imperturbable; una a una, sus amósferas... podría imaginar lo que quiera, belleza y fealdad, del mismo modo en el que uno mismo, se elude. Un árbol, es decir, la palabra, luego la imagen, luego los ojos cerrados.

Puedo, tengo el lenguaje para esconderme o para escarbar dentro de él una imagen que por hiperrealista deja de ser verosímil. Y se convierte en algo monstruoso.

Pero no quiero eso.

Ni quiero ver el espejo hasta quedarme ciega de quien soy. Ni extender en la piel un observatorio de sensaciones obsesivo.

La gentileza de las personas, la bondad, siempre serán un misterio para mí, sin embargo, de las maneras de expresarse de lo que veo, esas son las que me hacen sonreír sin sentirme culpable.

Y ahí que quiero seguir sonriendo de ese modo. Sé lo mucho que me ha costado dejar de ser ese personaje que entra en frío y sorprende por su forma de sentir y perseguir enojadamente algo que dentro parece algo aún abtruso, dentro de sí. Aquí debería insertar un pensamiento mas agudo sobre esto, pero ese pensamiento me puede terminar de desnudar ante uds.

Pero de algo ahora estoy más segura: soy capaz de construir lo que quiera (ya no ese viejo mundo de palabras que cualquiera usa para protegerse o atacar a sus anchas. O regodearse en la  voluptuosidad).
Quiero consruir PAZ.

Los bordes de la realidad se queman en la mano de uno que sabe que puede hacer más de lo que se piensa.

Este año 2016 ha sido misterioso, un bote ebrio, aún así, estoy aquí, sonriendo. Creyendo, esta vez.

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