Líquido amniótico

Las hojas de los árboles caen sobre el suelo, en verano, hirviendo ante la indiferencia de los peatones. Todo está encapsulado en  ámbar. Pero a la vez, todo pasa aquí y ahora.

No sé cómo sentirme a raíz de esto. Si deba alegrarme o llorar amargamente. El hecho tiene matices suaves. A veces me sonríe, a veces sólo queda la contemplación. No sé si deba concederle la verdad que temo darle. Igual está ahí, puede partirme. A veces no siento nada, realmente, estoy vacía. Hasta de un hogar conocido. No extraño nada, ni mi idioma. Aunque si siento que necesito ocupar otras partes del cielo. A veces, esta ausencia duele y golpea.

Es como como una sordera que te anula las esperanzas que conocías y la sensación de estar sujeta a la gravedad. Otros momentos, en ese silencio, el aire acaricia y es grato de una manera diferente. Ver el mar plácido por ratos, uniforme. Aunque esas olas suaves. Hoja en blanco. 

No sé qué es lo que debo ver. O respirar. No sé si sea justo o necesario. Eso no me impide abrazarlo: a veces con miedo, otras con tranquilidad y alegría. No sé qué vendrá. Intuyo que la vida tiene otros extremos, que no sé nada aún, nada que valga la pena. Pero podría saber algo de esto, aunque sea un poco. Esto hace sonreír, también, bastante.

Ahora que saqué el aire de mis pulmones, me dedicaré a cosas productivas. Todo esto, hasta ahora, puras palabras. Crearé un hogar nuevo. Quiero borrar todo lo que he conocido. Quiero por fin, poderlo ver.

Lo que da temor, es descubrir una nueva esperanza, soñar y luego acariciar algo que nunca pensaste que podrías. Algo sublime y luego despertar. Pero ya estoy despierta.

No sé como empezar todo esto. Puras palabras, todo esto. Vamos ahora a los hechos.





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