Las palabras que se dicen
Las pasiones, nuevas, suelen ser un brillo efímero en el cielo, pero mientras se las experimentan parecen un nuevo universo de infinitos. Comparadas con lo que se tuvo antes, (aunque éstas llegan a ser muy agotadoras/devastadoras emocionalmente) me parecían de lo más completas. Un impulso fuerte incandescente me invadía cada en paso que daba.
Con todo, al menos puedo decir que cada centímetro de infelicidad o de dicha me ha hecho muchísimo más fuerte de lo que fui en ese momento de tránsitos, corazones que rompí, partidas y desprecios recibidos.
Si no hubiera vivido más experiencias relacionadas más a mis potencialidades que a mis sentimientos amorosos, quizá me hubiera tomado más tiempo darme cuenta que siempre puedo volver a intentar ser una persona diferente de la que se ve en el espejo, cada día. Cada experiencia te convierte en una nueva persona. La verdad es una sola, no cambiarán los errores, pero sí qué es lo que veo de mí en ellos.
Ahora me contemplo, me hablo, me canto, me abrazo y me converso con la franqueza que me es posible en cada lapso que vivo, ya sin tanto ahogo. Eso, pese a su imperfección, es una enorme conquista personal.
Pero al final de ellas, nada significó nada. Eso: ningún hecho quedó fuera de la interpretación. Y ahora mido bajo otros ojos aquello que viví. Y la manera en que me veía: La manera en que sentí el rechazo que me proporcionó el desamor y luego, las fulgurantes evasiones, la exuberancia de mis búsquedas amorosas.
No pongo en ningún altar ninguna experiencia, pienso que tuve varias malas y momentos realmente bellos, pero la verdad, yo era un desastre con dos pies que transitaba hecha una bestia de piel y corazón sensibles y animales. No por eso dejo ir que pude haber actuado de otra manera. Queda en mí y en los ojos con los que veré el camino que aún me queda pendiente el enjuiciamiento sobre quién era yo en ese tiempo... y sé que la tentación de caer en una de esas dualidades que te hacen tropezarte en áreas grises bien bravas es fuerte, pero al menos ya no soy tan imbécil.
No pongo en ningún altar ninguna experiencia, pienso que tuve varias malas y momentos realmente bellos, pero la verdad, yo era un desastre con dos pies que transitaba hecha una bestia de piel y corazón sensibles y animales. No por eso dejo ir que pude haber actuado de otra manera. Queda en mí y en los ojos con los que veré el camino que aún me queda pendiente el enjuiciamiento sobre quién era yo en ese tiempo... y sé que la tentación de caer en una de esas dualidades que te hacen tropezarte en áreas grises bien bravas es fuerte, pero al menos ya no soy tan imbécil.
Con todo, al menos puedo decir que cada centímetro de infelicidad o de dicha me ha hecho muchísimo más fuerte de lo que fui en ese momento de tránsitos, corazones que rompí, partidas y desprecios recibidos.
Si no hubiera vivido más experiencias relacionadas más a mis potencialidades que a mis sentimientos amorosos, quizá me hubiera tomado más tiempo darme cuenta que siempre puedo volver a intentar ser una persona diferente de la que se ve en el espejo, cada día. Cada experiencia te convierte en una nueva persona. La verdad es una sola, no cambiarán los errores, pero sí qué es lo que veo de mí en ellos.
Ahora me contemplo, me hablo, me canto, me abrazo y me converso con la franqueza que me es posible en cada lapso que vivo, ya sin tanto ahogo. Eso, pese a su imperfección, es una enorme conquista personal.
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